Ella vivía en el piso bajo mi estudio. Nunca supe su edad y nunca quise preguntárselo. A veces le echaba 45, pero podría tener incluso 60. Eso no me importaba, ni su edad ni su aspecto físico. Lo que me traía loco era su perfume, y su rostro, el más dulce que recuerdo. La primera vez me la encontré en el ascensor. La estrechez de éste, y su volumen hizo que subiéramos apretados. Fue como entrar en trance. No dijimos ni palabra, o eso creo.